En el año de 2007 conocí a Ángela Leyva en las pistas del Patrick Miller bajo la embriaguez de la cerveza y el high energy. Me la presentó el famosísimo ex pintor de caballete Dani Pérez Coronel y mi querido hermano y cómplice poético Alejandro Albarrán Polanco, quien en esa época tenia el salón de usos múltiples Ulises Carrión, la sala de su ex departamento en la calle de Bajío, Roma Sur. Ahí sucedieron varios eventos de mucho tipos, como clases de pintura, lecturas de poesía, cumbia y debates que terminaban en peleas y derrames.
Pérez Coronel y Albarrán me hablaron del trabajo de Ángela. El primero me llevó al taller de pintura de la Esmeralda de la maestra Patricia Soriano. Recuerdo que entré y observé la mayoría de los trabajos de los alumnos, realmente casi nada me llamó la atención. De repente noté que en una esquina estaban unas pinturas rojas con apariencia de caverna, una matriz sangrante, las tripas de una botarga, la sangre de su mejor amiga. Eran las únicas pinturas que tenían una característica horrorosa, desgarradora y psicótica. Este tipo de arte proviene del drama, drama que sostiene un aura creativa. Este tipo de presencia danza entre la locura y lo divino, entre lo soberbio y lo estúpido. El horror simple de existir y platicar a través de las imágenes inconscientes del pensamiento, traducidas en formas amorfas al óleo. Salí del taller inspirado y pensado: qué bueno hay mas gente expresándose de esta manera.

En esos días yo radicaba en la ciudad de Oaxaca de Juárez y sólo iba de visita a la Ciudad de México. A mi regreso a Oaxaca organicé una serie exposiciones en el Museo del Ferrocarril, la directora del sitio me prestó una sala de espera de la ex estación de tren y ahí organice y curé una exposición que titule Siempre adiós. En esta muestra había una lista de artistas de distintas generaciones, y entre los invitados destacaba la presencia de Ángela Leyva, con una instalación que dio apertura a su proyecto Bilis negra. Esta pieza era completamente oscura y enigmática, una gran tela suspendida que se pigmentaba sola de negro, una acción fantasmagórica provocando la tempestad en la noche. En Siempre adiós algunos de los participantes fueron Alejandro Santiago, Selma Guisande, Alejandro Albarrán, César Chávez, Rodolfo Sousa, Iraís Esparza, Lucio Santiago y Emilia Sandoval, entre otros.

Durante un tiempo, en mis visitas a la Ciudad de México junto con Alejandro Santiago, Ángela nos acompañó con platicas profundas sobre pintura, en especial. Creo que en ese momento tanto Ángela como yo admiramos a Alejandro Santiago, dado que nos parecía una fuerza sobrenatural del arte contemporáneo desde Oaxaca para el mundo, Jajaja, brutal. Alejandro nos enseñó a producir y sobre todo, algo que en las escuelas no te enseñan: vender tu trabajo y cobrarlo. Recuerdo que éste me decía: Ángela tiene mucho talento y, sobre todo, pasión. Él venía de culminar uno de sus proyectos más famosos, 2501 migrantes, una instalación monumental de cerámica con un apoyo de la Fundación Rockefeller. Creo que esto nos animó a seguir trabajando y a creer que lo imposible era posible.

Para el año 2010 me mudé a la Ciudad de México. Llegué con la intención de hacer una maestría en la UNAM y no fui aceptado ;), pero tuve buena recepción de parte de un sector de la cultura contemporánea de la capital (el mundo del entretenimiento). Conocí Carlo Ross a través de Rigo Campuzano, Rigo me comentó que Carlo quería conocerme, ya que tenía algo de obra mía, acudí a su domicilio en la colonia Roma y la plática se desenvolvió perfectamente desde la admiración mutua. Con el tiempo decidimos ser socios y abrir una galería durante seis meses en el espacio de la antigua tienda de Sicario, en la calle de Colima. Durante ese tiempo mostramos el trabajo de varios artistas, entre ellos el de Ángela, quien tuvo un éxito rotundo.
Para la muestra, Ángela creó una instalación de medios audiovisuales con la intención de convertir un espacio natural en uno artificial, utilizando retroproyecciones y video mapping de ramas alteradas por distintas luces. El resultado: un complejo collage de imágenes y sonidos, la naturaleza de lo digital, lo digital de la naturaleza, un enredo de ramas. Esa época para mí fue muy importante y productiva, creamos demasiadas exposiciones, varios asaltos a la realidad, demasiadas fiestas y muy buenas, abundancia y belleza. Fue tanta la fiesta que olvidé el nombre de la expo, pero recuerdo que la pieza de Ángela estaba en una de las exposiciones colectivas, en la que participaron un fotógrafo gringo que no volví a ver, además de Marcos Castro, Manolo Márquez, Tania Ximena y María García Ibáñez, entre otros.

En el 2019, junto con Jacobo Margules, María Rébora y Adriana Jiménez convertimos mi casa en Galería Galería, un proyecto que duró aproximadamente 3 años. La primera exposición que organizamos fue con Ángela Leyva y Mónica Deutch. Le marqué por celular a Ángela para felicitarla por la mención honorífica en la Bienal de pintura Rufino Tamayo y por su buena labor como artista. La invité a inaugurar con nosotros la galería. Fue espectacular, porque una vez más fui partícipe y observador de lo que vendría siendo uno de los proyectos más emblemáticos de Ángela, una serie de retratos de niños que proviene del archivo del padre de Ángela. Más allá del significado conceptual que Ángela tuviera de esas imágenes, para mí esos niños representan una presencia de algo que existió, reproducirlos en otro momento fue regresar en forma fantasmal, fantasmas de nuestro pasado, nuestro inicio en la vida.
La infancia es algo que nos persigue hasta el día de nuestra muerte. En lo personal, me parece imposible dejar de ser niño. Para muchas personas la idea de lo infantil es estúpida, pero lo infantil o la infancia tiene algo que, si no lo borras te permite lograr muchas cosas. Ese algo es el juego y la libertad. He escuchado muchos comentarios acerca de los niños de Ángela, al público le da miedo esas pinturas. Pensándolo, ese miedo es el reflejo de la falta de un niño interior, a través del horror fantasmagórico se profundiza en la parte más oscura de nuestra historia personal, el ser infante. La labor de Ángela como artista se ha desarrollado de manera multidisciplinaria, realizando proyectos que han influenciado el clima artístico de esta selva de asbesto, esta tierra tropical que es la hermosa Ciudad de México, donde, aunque te disfracen de Batman, sigue haciendo calor.
Si algo que hace que una obra artística sea sobresaliente es el hecho de no ser condescendiente con el público. Si el horror y la oscuridad imperan en su manera de expresarse, esto la hace auténtica. Dado que el arte actual está plagado de una expresión uniformada, políticamente correcta y muy condescendiente con un público que realmente no ofrece mucho más que críticas evasivas, cómodas y nada interesantes, el trabajo de Leyva refresca desde el horror, desde el dolor más profundo del alma, Pocos artistas logran penetrar en sus propias almas.

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