La ciencia ficción es uno de los géneros más arquetípicos del séptimo arte. Su tratamiento y desarrollo se encuentran regidos por una serie de cánones plenamente identificables los cuales ya se han vuelto referente comunes del imaginario popular.
‘Ad Astra’, la más reciente cinta protagonizada por Brad Pitt, no escapa de estos esquemas, sino que se regodea en ellos para empujarlos hacia nociones anímicas sumamente profundas las cuales, si bien no renuevan al género, nos ofrecen uno de sus eslabones más recientes y dignos.
Apoyándose fuertemente en esa fantasía instrumental altamente contemplativa que encuentra en la ‘Solaris’ de Tarkosky a su representante seminal, esta cinta deja en claro que los paisajes espaciales son el “bodegón” por excelencia -hablando en cuanto a ejercicio estético- del cine contemporáneo.
Valiéndose de las particularidades pictóricas más significativas del celuloide, James Gray se da a la tarea de crear una serie de perspectivas que resultan casi subliminales.
Por supuesto, esto no es nada nuevo dentro del género, sin embargo, dicha situación no demerita ni un poco la trascendencia de esta experiencia cinemática la cual, por momentos, adquiere una serie de nociones sinestésicas que nos remiten de forma directa al trabajo de Lubezki en ‘Gravity’.
Otro de los aspectos más interesantes de esta cinta es su guión, mismo que parece estructurado a usanza de la novela negra sin llegar a los extremos barrocos del cyberpunk clásico.
Por momentos, la configuración emotiva del protagonista -misma que se ve apoyada fuertemente por un constante monólogo interno- nos hace pensar en una historia de Frank Miller la cual, en lugar de acontecer en una ciudad oscura, ocurre en los confines más lejanos del espacio.
Misma situación a la que se suma una animosidad intrigante cuya densidad psicológica se ve rematada a ratos por escasas aunque sumamente memorables secuencias de acción cuyo carácter detectivesco embona de forma rocambolesca con la belleza consustancial del discurso.
‘Ad Astra’ es un comprimido de esas posibilidades “ensayísticas” que son propias del cine de autores como Chris Marker o Godard; todo esto retroalimentado por un presupuesto de Blockbuster.
El resultado es una oda a ese cine de ciencia ficción de autor que nos recuerda que, muy probablemente, la metáfora final de nuestra condición no se encuentra en este mundo, sino en los confines de ese inagotable negritud que persiste más allá de la atmósfera terrícola.
